A mediados de los 1760, Leonhard Euler consideraba su regreso a la Academia de San Petersburgo, de donde había salido más de 20 años antes hacia la Academia de Berlín. El principal motivo que tenía para dejar Berlín era el desdeño que había sufrido por el rey de Prusia Federico II «El Grande», que veía las maneras sencillas y «provincianas» de Euler como inapropiadas para su academia.
Para evitar humillaciones en la corte rusa como las que había sufrido en Berlín, Euler dejó claras sus condiciones a la emperatriz Catalina II, también llamada «La Grande», para su regreso a San Petersburgo: el puesto de vicepresidente de la Academia (no podía exigir el de presidente porque estaba reservado para un aristócrata) con un salario de 3,000 rublos; una pensión para su esposa de 1,000 rublos en caso de viudez; un puesto de profesor titular para su hijo Albrecht, también matemático, con un salario de 1,000 rublos; la garantía de una plaza académica para otro de sus hijos, Karl, que se preparaba como matemático; y un grupo de asistentes matemáticos para sí mismo. Además, pidió estancia y calefacción gratuita, con la garantía de que no tendría que alojar a soldados rusos en su casa como le había ocurrido en su primer estadía en San Petersburgo, y un puesto de oficial en el ejército ruso para su hijo Christoph.
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