Promotores de la idiotez

A raíz de la presentación de unos cómics por el dibujante François Boucq, Alejandro Jodorowsky (cineasta y escritor) publicó en La Jornada una de las apologías más burdas de la pseudociencia, aplaudiendo al curanderismo mexicano y reclamando a la medicina profesional por su desdén.

Los médicos profesionales, hijos fieles de la Universidad, desprecian estas prácticas. Según ellos la medicina es una ciencia. Quisieran llegar a encontrar el remedio ideal, preciso, para cada enfermedad, tratando de no diferenciarse los unos de los otros. Desean que la medicina sea una, oficial, sin improvisaciones y aplicada a pacientes a los que se les trata sólo como cuerpos.

Este párrafo es verdaderamente patético. Primero, reclama que los médicos sean «hijos fieles de la universidad», con lo que sugiere que deben olvidar los estudios serios de investigación que han llevado al desarrollo actual de la medicina, incluyendo la anatomía, fisiología, biología, y química.

Segundo, lo cual es más risible, se queja porque la medicina busca «el remedio ideal, preciso, para cada enfermedad». ¡Claro que ese es el propósito de la medicina! Una vez identificada la enfermedad que aqueja a un paciente (así sea infecciosa o genética), identificar el remedio que la controle, o la erradique, sin preocupaciones por efectos secundarios, aleatorios entre los pacientes. Tal parece que a Jodorowsky le molestaría que, al sentirnos enfermos, un médico nos recete algún medicamento que, de manera precisa y sin contraindicaciones, erradique la enfermedad.

Precisamente se lamenta que la medicina no sea solo una colección arbitraria de rituales improvisados sin ningún control clínico y sin garantías de curación. Al menos es lo que le gusta de los curanderos.

Los curanderos, con una gran creatividad, desarrollan técnicas personales, ceremonias, hechizos, extrañas medicinas tales como lavativas de café con leche, infusiones de tornillos oxidados, compresas de puré de papas, píldoras de excremento animal o huevos de polilla. Algunos tienen más imaginación o talento que otros, pero todos, si se les consulta con fe, son útiles. Hablan al ser primitivo, supersticioso, que cada ciudadano lleva dentro. Para que lo extraordinario ocurra es necesario que el enfermo, admitiendo la existencia del milagro, crea firmemente que se puede curar. Para tener éxito, el brujo, en los primeros encuentros, se ve obligado a emplear trucos que convencen a aquél de que la realidad material obedece al espíritu. Una vez que la trampa sagrada embauca al consultante, éste experimenta una transformación interior que le permite captar el mundo desde la intuición más que desde la razón. Sólo entonces el verdadero milagro puede acontecer.

Es decir, aplaude las ocurrencias personales de cada uno de los curanderos, celebra que se dirigen al «ser primitivo, supersticioso», y que la «curación» se lleva a cabo cuando al individuo se le logra engañar. Es decir, nunca ocurre tal curación, y la recuperación del «consultante», en dado caso, solo será consecuencia del efecto placebo. Y viene el párrafo final, que empieza con la sugerencia de abandonar la razón y dejarse llevar por la charlatanería de los curanderos.

Recomiendo a todos los hijos de la razón que abandonen su vehículo intelectual, emerjan de sus libros y tomando el cayado del peregrino visiten a estos humildes curanderos, tal como lo ha hecho François Boucq.

Boucq va por el mismo camino, el del desprecio de la razón y el orgullo de la ignorancia.

.–¿Es fácil admitir esto en la cuna de la Ilustración y del pensamiento racional?

Cuando naces en la cuna del pensamiento racional te das cuenta de los límites de esta racionalidad. Pienso que la racionalidad es un tipo de locura colectiva. Cuando empecé a dibujar me di cuenta de que no era nada racional dibujar; sí tienes la técnica y la ciencia del dibujo, pero la parte artística no es racional.

La Ilustración fue un movimiento francés intelectual del siglo XVIII que proponía que la razón podía combatir la superstición, la ignorancia y, por ende, la tiranía. La Ilustración se desarrolló hace tres siglos, y parece que se necesitarán otros tantos para que los charlatanes sean reconocidos como eso, charlatanes. ¿La racionalidad es «locura colectiva»? Utss, ahora resulta que todos los que tienen razón están equivocados, y el idiota del pueblo es la estrella que debe dirigir sus vidas. No mamen.

Es precisamente a la falta de razón, de pensamiento crítico entre la gente, que las señoras siguen mandando a sus niños a las escuelas católicas para ser abusados por miembros del clero, que nuestro sistema de salud nacional está hecho un desastre (lo cual provocó decenas de muertes innecesarias al inicio de la epidemia de influenza), que secretarios de estado, en lugar de hacer su trabajo, pidan rezar para que regresen las lluvias, y que persistan actitudes intolerantes como la homofobia, la xenofobia o la misoginia.

Gracias a los escépticos de la racionalidad y promotores de la idiotez.

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